lunes

Mentiras

Hay algo que definitivamente no me gusta y eso estoy segura lo aprendí  de mi mamá y son las mentiras, esas pequeñas o gran historias que alcanzan a tener las peores consecuencias sobre todo cuando no vienen de un buen contador de cuentos o coloquialmente, de un buen mentiroso.


Los hombres y cuando me refiero así, hablo del género masculino, los cuales sin ningún pesar han sido catalogados desde siempre como buenos domadores de serpientes, o más amigablemente, mentirosos. Han sufrido las duras criticas y como dicen por ahí, justos han pagado por pecadores porque las mujeres ya no creen en estos sujetos que aunque tienen todo a favor están marcados por esa idiosincrasia con la que fuimos educadas desde pequeñas, sobre aquello que dice que a un hombre hay que creerle la mitad de lo que habla, porque lo otro es mentira.

Pero aunque deteste esta práctica, tengo que admitir que algunas veces son necesarias las mentiras, más aún cuando definitivamente de ellas dependen cosas como tu vida, tu relación o incluso tu reputación, aunque debo remediar este párrafo diciendo que solo se hace necesario mentir cuando ya la verdad no haya servido y por supuesto, cuando tengas la suficiente certeza que nadie te hará caer en la mentira y te delatará vilmente.

Porque eso es otra cosa, dicen por ahí que "más fácil cae un mentiroso que un cojo" y es verdad, la mayoría de las personas pierden la mitad de su tiempo tratando de identificar como "pillar" al otro en una mentira, sobre todo si es novio celoso de esos fastidiosos que se inventan hasta incestos.

Finalmente las mentiras deben utilizarse con tanta sutileza que tu cerebro logre pensar antes que tu boca y así se evitarían que los cabos queden sueltos y  que las arpías que andan detrás de tus errores logren descubrir algo.